jueves, 4 de noviembre de 2010

El pensamiento progresista en el momento de la bifurcación.

La derrota de los demócratas en las elecciones legislativas estadounidenses nos sitúa ante un panorama que no por conocido y reiterado deja de ser menos inquietante, ya que puede conducirnos a la conclusión de que al sistema capitalista le basta con generar una crisis financiera para borrar del mapa político a la izquierda en todo el mundo y convertirse en salvadores de la patria y administradores de la miseria que ellos mismos han alumbrado. Uno de los grandes problemas con que cuenta cualquier alternativa política al conservadurismo-liberalismo es la incapacidad para llegar a un mínimo consenso, a un discurso sostenido por determinadas referencias comunes. Así, habrá quienes, por ejemplo, ante la lectura de las primeras líneas de este párrafo, comience por discutir el propio concepto de “progresismo” o “izquierda”; y mientras nos enredamos en discusiones conceptuales, los demás han pasado a la acción y nos han ido comiendo el terreno. Produce impotencia ver cómo en el otro lado basta un puñado de consignas, alimentadas por el odio al rival, para que se cierren filas y se movilicen los votantes. Contemplamos con ironía extravagancias del tipo “Tea Party”, y apenas se nos borra la sonrisa de la cara ya están dirigiendo el barco.


Si de Estados Unidos pasamos a la Comunidad Valenciana, la situación resulta sencillamente escalofriante. En esta tierra hemos vuelto directamente a la Edad Media, con un rex en cada provincia y un regnum de gremios y castas privilegiadas que administran los bienes en connivencia con el primero, mientras que al resto de la población no le queda sino sobrevivir, “ir tirando”, arreglarse como se pueda. Las grabaciones telefónicas de los casos Brugal y Gurtel ponen de manifiesto las profundas falacias del liberalismo-conservadurismo: no se trata de crear riqueza, de competir en libertad y gestionar con eficiencia. Los grandes prohombres de la economía valenciana han ido creciendo a lomos de lo público, socavándolo lenta e inapreciablemente, como la carcoma. Hasta que un día el hermoso mueble se cae a trozos y descubrimos en su interior un mapa de surcos sobre madera podrida. Han sido muchos los momentos de vergüenza ajena que hemos experimentado al leer esas conversaciones estúpidas, ese desprecio por lo común, esa prepotencia de matones de barrio con polo de Ralph Lauren. Pero más aún al percibir la indiferencia con que todo ello se ha recibido. Particularmente, uno de los momentos más bochornosos ocurrió el pasado verano, cuando ilustres procesalistas defendían en la prensa la inhabilidad de las grabaciones sobre la compra de partidos del Hércules desde el punto de vista de su utilización en un procedimiento administrativo, sin el mínimo reproche ético. El equipo en primera, y aquí paz y después gloria. Lo mismo ha ocurrido con el resto de chanchullos, latrocinios, dispendios y manipulaciones que han ido desgranando los sumarios. Algo va mal, parafraseando a Tony Judt, cuando la izquierda se muestra incapaz de hacer comprender a la gente que todo eso va más allá de la picaresca española, que nos afecta de forma directa en nuestro bolsillo, en nuestra capacidad de trabajar, emprender, recibir servicios sociales o expresar nuestro pensamiento en libertad. Señores con dificultad para leer un discurso escrito dirigen la moral y la economía en esta tierra, al tiempo que se presentan como víctimas de oscuros poderes que en último término se dirigen contra “los valencianos”. Ver cómo la derecha se ha convertido en sorprendente defensora de los derechos fundamentales de índole procesal, por aquello de que los han pillado con las manos en la bolsa de todos, produce verdadera repugnancia. Pero así está ocurriendo con el resto de los valores de la izquierda: son aprehendidos por ellos, pasados por la túrmix, y convertidos en otra cosa que huele bien pero no sabe a nada. Los reaccionarios defienden a las mujeres, el medioambiente, los derechos de los trabajadores… Luego salen las grabaciones y ahí está lo de siempre: la carcoma.

Y qué ocurre con la gente, entonces, por qué cada vez más personas han abdicado del deber y la capacidad de pensar. Por qué les basta cualquier promesa absurda, cualquier murmullo de odio al diferente, por qué siguen enganchados al viejo sueño de la economía especulativa y el individualismo estéril. Son muchos los análisis y las respuestas en que podríamos enredarnos. Pero es el momento de actuar: la izquierda debe entender de una vez que es necesario bajar al lodazal y mancharse hasta las cejas. Vivimos en la sociedad del marketing, de los mensajes atractivos y las propuestas esperanzadoras. Debemos reconstruir el discurso de lo público desde esa perspectiva, y antes de que sea demasiado tarde. Tal vez mañana los poderes financieros hayan acabado con WikiLeaks, o con el coraje periodístico del diario Información, en Alicante, y nos condenen a la potencialidad limitada y a menudo endogámica de la red.


Hemos llegado al punto de bifurcación, la historia se divide en dos caminos. Ha ocurrido así otras veces, pero nunca como hasta ahora ha sido tan complicado darse cuenta. Es nuestro deber ayudar a la gente a comprenderlo, con determinación e inteligencia. Cuando se haga demasiado tarde, ni siquiera tendremos medios para retroceder. Nos los habrán quitado.

1 comentario:

Simon Muntaner dijo...

Muy agradecido por vuestras palabras de ánimo. Un saludo muy cordial en la blogosfera
Antonio Baylos