miércoles, 10 de junio de 2009

Crónica de un brazo amputado. Un caso aislado e inaudito en el mundo empresarial español que destacamos aquí con la mala fe que nos caracteriza.

Franns Rilles Melgar, trabajador boliviano "sin papeles" sufrió la amputación de uno de sus brazos en una máquina de amasar pan. Ocurrió en Gandía, Valencia. El responsable de la empresa lo llevó a un centro hospitalario pero se detuvo a unos doscientos metros del mismo, dejando al chico abandonado para que a él nadie lo viese, ya que el trabajador, por supuesto, no estaba dado de alta en la Seguridad Social. Un viandante lo ayudó a llegar a urgencias con una hemorragia terrible que ponía en riesgo su vida. El personal sanitario avisó a la policía, a la que recomendó acudir al centro de trabajo para buscar el brazo, por si se lo pudiesen implantar, como a veces ocurre en estos casos. Los agentes, sin embargo, se encontraron con que la empresa había limpiado los restos de sangre y arrojado el brazo, destrozado y envuelto en masa, a un contenedor. Luego continuaron con la producción. Existen dos versiones que difieren en algunos aspectos acerca de lo sucedido y que consignamos por mera deformación profesional:

-El trabajador relata los hechos tal como los hemos transcrito, y añade que hacía jornadas ininterrumpidas de doce horas por veintitrés euros al día sin ninguna clase de contrato, claro está.


-La empresa reconoce que no estaba dado de alta, pero niega el horario y el resto de las condiciones. Admite asimismo que se continuó trabajando tras borrar las huellas de lo ocurrido, pues que "era necesario seguir". Niega que se le dejase a 200 metros del hospital. Señala que entraron con él en el servicio de urgencias. Afirman que el accidente se produjo porque estaba borracho. El trabajador, pues, habría inventado lo de que lo dejaron a esa distancia del hospital y lo de las condiciones laborales, imaginamos que para añadir mayor dramatismo a la situación con el fin de obtener un buen pellizco.


Hechos indiscutidos:


1.- La carencia absoluta de las mínimas condiciones laborales que en un Estado Social y Democrático de Derecho, y no en el Congo Belga esclavista del siglo XIX, deben regir las relaciones trabajador-empresario


2.- La pérdida de un brazo en un accidente laboral.


3.- La desaparición de las huellas de sangre y el propio miembro, antes de que la policía o la Inspección de Trabajo acudiesen al lugar.


4.- El hecho de que, una vez todo limpio, prosiguiese el trabajo, porque era necesario para no parar la producción. En este punto se nos escapa la imaginación, y se nos ocurre pensar en alguna actividad productiva del ser humano en la que, por muchas familias que dependan de ella, no se detenga la labor cuando un trabajador pierde un brazo. Sin duda que las habrá, pero cuesta imaginarlas, tal vez en caso de servicios esenciales para la sociedad, en fin, centrales eléctricas o nucleares ... Desde luego que se hace difícil de encajar en una simple panadería industrial, pero debe de ser que no entendemos de dinero.

Hechos de fácil acreditación:
1.- La circunstancia de que el trabajador fuese abandonado, sin brazo y perdiendo sangre a chorros, a doscientos metros del hospital. Si lo ayudó un viandante, existirá ese viandante y podrá acreditarlo así. Si fue un responsable de la empresa quien entró con el trabajador, esperó junto a él, llamó a su familia, etc., será igualmente sencillo de probar.

2.- La borrachera del trabajador, pues no cabe duda de que debía tener alcohol en sangre y así lo determinará, en su caso, el hospital.

De todos es sabido que los vicios alcohólicos de los trabajadores son culpables de 99% de los accidentes laborales, el 1% restante se debe al azar. Eso que suele calificarse por los inspectores como ausencia de medidas de protección y demás es cosa de quienes se empeñan en desprestigiar la libre empresa, auténtico pilar de esta gran nación junto con la familia y la iglesia.

Bien, así están las cosas. Disculpe el lector/a que recurramos a la ironía. A veces la ironía es lo único que puede sofocar la rabia, impotencia, ciudadana indignación que sentimos al leer estas noticias.

En este Estudio Jurídico llevamos trabajando durante muchos años con las empresas, conocemos sus dificultades y sus preocupaciones, algunos de nosotros hemos sido asimismo empresa y testigos de los suficientes ejemplos admirables para que no nos ciegue ningún prejuicio.


Pero tampoco podemos solventar el asunto con la alusión a que se trata de un mero "caso excepcional", que no representa en absoluto a la media de los empresarios. Por desgracia hemos vivido también las suficientes experiencias profesionales para saber lo mucho que abunda el moderno esclavismo, cómo se considera a los inmigrantes como mano de obra barata, casi animal, desde una posición etnocéntrica y, en el fondo, radicalmente violenta; cuántas fortunas, en especial en esta época del ladrillo, se han edificado sobre las dobles y triples defraudaciones: a los bienes públicos (recalificación arbitraria, previa comisión), a la Agencia Tributaria y la Seguridad Social (dinero negro, ausencia de cotización), a los Derechos Humanos de los trabajadores (sin contrato, sin otra condición que el "lo tomas o lo dejas, y bastante favor te hago"), al medio ambiente (informes ad hoc que justifican lo injustificable). Esas fortunas de gente guapa que se pasea por los salones y se presenta, encima, como víctima de las actuales condiciones económicas.Podrá pensar el amable lector/a que exageramos. Le sugerimos únicamente que mire a su alrededor, ¿no conoce ningún caso similar?
Tal vez ocurre, simplemente, que son muchos los esclavos y pocos los brazos amputados que los sacan a la luz.
Deseamos a Franns Rilles Melgar la mejor recuperación posible. Y estamos seguros de que percibirá una reparación justa, aunque nunca llegará a ser completa. Pero es lo mínimo que se merece y lo mínimo que debe obtener de la Justicia. Esa Justicia en la que algunos seguimos creyendo como la única instancia capaz de hacer frente, en el nombre de los más altos principios que nos han dado sabiduría y razón, a quienes echan un brazo al contenedor y continúan produciendo un pan que, por mucho que hayan limpiado, tendrá ya siempre olor a sangre.

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