martes, 8 de septiembre de 2009

La mirada

La parte femenina y la parte masculina de Cuarto Propio juristas acuden a un acto de conciliación en relación con una demanda por despido. El abogado de la empresa se presenta con aire resuelto y nos pregunta si vamos los dos para intimidar, bromeamos con que es así y comenzamos la negociación. Pero de repente, quizá por no verse efectivamente intimidado -ya se sabe, dos contra uno...-, el abogado de la empresa se dirige, cuando habla, únicamente a la parte masculina de Cuarto Propio juristas. La parte femenina ha dejado de existir profesionalmente para él. Al parecer existe una regla o deducción de orden ancestral para cierto tipo de personas de acuerdo con la cual cuando una mujer y un hombre aparecen juntos en una actuación profesional, ella ha de tratarse necesariamente de la secretaria, ayudante, pasante, amigota, perchero o concubina, y él ha de ser el hombre de mundo con quien, bien que mal, se resuelven las cosas.



Desgraciadamente para el abogado de la empresa, en esta ocasión no era así. La parte femenina de Cuarto Propio juristas llevaba el asunto, y tomó la palabra exponiendo sus razones, sacó la calculadora e hizo números a una velocidad que nubló la inteligencia del rostro del abogado de la empresa y lo dejó, más bien, con aspecto de no saber dónde se había metido; justificó la cuantía indemnizatoria que se solicitaba con base en interpretaciones jurisprudenciales que el otro no había oído ni soñado; lo obligó, en definitiva, a llamar no menos de tres veces a su despacho para ver si alguien lo iluminaba y tomaban una decisión. Una vez alcanzado el acuerdo, entró junto con la parte femenina de CPj a firmar el acta. La parte masculina de CPj, que era el mero acompañante, se quedó fuera.



El resultado fue bueno para el trabajador, nuestro cliente, y satisfactorio para nosotros. Sin embargo nos queda un ligero poso amargo. Además de obtener la indemnización, mucho nos tememos haber provocado una grieta en la visión del mundo y el orden de valores del abogado de la empresa. Y no teníamos intención alguna de causarle semejante desazón. Nos lo imaginamos azorado por los pasillos, sin saber a quién mirar. Antes de ese día todo estaba claro: al hombre, por supuesto. Ahora vagará errante, confuso, preguntándose dónde posar esa mirada en apariencia inocente, pero con la que se ha ido construyendo a machamartillo, siglo tras siglo, el mundo desigualitario en que trabajamos y vivimos.

No hay comentarios: