lunes, 4 de mayo de 2009

El ciudadano Parrondo y la resurrección de la sociedad civil.

Al ciudadano Parrondo no le gustan las lesbianas o, mejor decir, que las lesbianas entren en su bar. Este próspero hostelero asturiano tiene una sidrería en Madrid de la que expulsó a unas chicas de acuerdo con dos versiones distintas que reproducimos a continuación, tal como en un principio todos los implicados en este asunto explicaron a la prensa:

-Versión del ciudadano Parrondo: hallábanse dos muchachas en su local tomando cañas cuando, de repente, comenzaron a ir mucho al baño a tomar cocaína –imaginamos que el noble hostelero olisquea dicha sustancia como un can, no queremos pensar que haya instalado cámaras en el lavabo de señoritas-. Hasta ahí, pase.... Sin duda el ciudadano Parrondo es hombre curtido y no sería la primera vez que hubiese visto tales prodigios. Entonces, empezaron a besarse (entre ellas, fíjate tú). Hasta ahí, también pase. La cosa se ve que se fue calentando, y una se sacó un pecho, y la otra “se lo chupó”. El paciente y noble ciudadano Parrondo ya no pudo soportarlo más y les indicó que abandonasen el local por mantener aquella conducta irrespetuosa con la clientela. Vamos, si no llega a haber intervenido, aquello acababa en orgía...

¿Resulta veraz esta versión? De todos es sabido que las lesbianas, en mitad de una sidrería tradicional poblada de caballeros de la vieja guardia, suelen medio desnudarse y practicar sexo oral, pero no nos acaba de encajar la cosa. Esa anécdota del pecho.... ¿no nos hablará más bien de las aficiones cinematográficas del señor Parrondo? En alguna de Pajares o de esos DVD’s de las gasolineras debe de haberla visto, y claro, la memoria se le hizo un lío. También es bien conocido que una vez que una mujer inicia la senda de la depravación lésbico-pectoral, la cocaína es una parada inevitable. Todo como muy Sodoma y Gomorra.


-Versión de las dos chicas: se encontraban en el bar en compañía de unas amigas y en un momento dado Aurora se despidió de Anne, que se iba de vacaciones, dándole un beso. Entonces el ciudadano Parrondo las echó de la sidrería a voz en grito: "¡basura, este bar no es para vosotras!. Una de sus amigas, Blanca, le exigió la hoja de reclamaciones y el elegante hostelero le respondió: "Tú no tienes ningún derecho, puta, lo que pasa es que no has conocido una buena polla".

Por qué será que esta versión es música conocida. El tono de desprecio androcéntrico, de gallito rodeado de congéneres –los colegas, las cañitas, el vocerío, el fúmbo en la tele- que “cosifica” al otro, al diferente; y esa frase terrible: “tú no tienes derechos”; o esa otra, “no has conocido una buena polla”, chusca y patética quizá en nuestra sociedad, pero no tan chusca en otros países donde la violación ritual para “curar” a las lesbianas tiene algo de eso, de hacerles que conozcan “la buena polla” que sin duda cree que posee el ciudadano Parrondo, aunque como veremos seguidamente, acabó experimentando un notable encogimiento en sus supuestas medidas y virtudes.

Planteada así la cuestión, poca duda nos cabe para calificar los hechos como un atentado indigno contra los derechos fundamentales de las afectadas. Y como un delito de injurias. Afortunadamente para todos, Aurora y Anne no se limitaron a salir del bar, no volver a entrar, y olvidar el asunto. Acudieron a los tribunales. Por muy mala opinión que tengamos de la justicia, debemos seguir peleando por ella en la sede que le es propia, que nos caracteriza como seres pensantes y que constituye un logro fundamental de la humanidad en el largo proceso de abandono de la violencia privada en favor de la razón pública.

Pues bien, si alguna incertidumbre albergábamos en torno a lo realmente sucedido, resulta que ante el foro la versión de uno de los implicados comenzó a modificarse: el ciudadano Parrondo admitió ya que “se portó mal” y que las expulsó al grito de “este no es bar para bolleras” (¿y el festival de droga dura?, ¿y la bacanal romana?). Afortunadamente para él las chicas dieron una lección de generosidad y elegancia exigiendo únicamente que se disculpase, sin la reparación económica a la que tenían innegable derecho. Desconocemos, no obstante, si las proporciones del membrum virilis del señor Parrondo habrán vuelto ya a su sitio tras el disgusto.


Pero lo más bonito en esta historia no es el caso judicial, sino esto: a partir del día de la expulsión, se organizaron concentraciones ciudadanas frente a la sidrería en la que chicos y chicos, chicas y chicas, chicas y chicos, se besaban. Lo que provocó que en una de ésas el hostelero saliese como un energúmeno y agrediese a uno de los manifestantes, otro tema pendiente aún ante el juzgado. Y es que le habían tocado donde más le dolía: no en el respeto a los derechos humanos, no en sus firmes convicciones hispánicas, no: en el bolsillo. Aquello, de repente, era malo para su negocio. Pero aun por vía indirecta debió de servirle para aprender que vivimos ya en un mundo en el que uno no puede humillar a los demás e irse de rositas, donde “los nuestros”, aquellos que piensan como yo y con los que comparto cañas y eructos, no son los únicos que tienen voz y voto.

Esta noticia ha acabado por convertirse en una hermosa y esperanzadora muestra de resurrección de la sociedad civil, en unos tiempos en que parece mas adormecida que nunca –ahí está la crisis, y la espera aborregada y acrítica de mucha gente para que los constructores vuelvan a “dar obra”-. Máxime si tenemos en cuenta la que fue última manifestación del ciudadano Parrondo en el juzgado, al invitar a las chicas a que volviesen a su bar, pero “comportándose como personas... porque eso es lo que sois, personas”. Quizá sean las palabras más tristes de todas las suyas. Por un lado parece conceder la categoría de personas a Aurora y Anne, pero por otro les dice que se comporten como tales. Esto es, besarse les arrebata la condición humana, las convierte en algo indefinido quizá a medio camino entre la cosa y el animal, que sólo si permanece oculto resulta admisible. Son tristes estas palabras, decimos, porque dan fe de la compleja y duradera labor educativa que se hace necesaria para facilitar el tránsito de esas mentalidades que sí son ciertamente animales en mentalidades "de personas" (y ahí están las "familias de bien" objetando de Educación para la Ciudadanía en favor de la educación que hace cuarenta años recibió el señor Parrondo). Pero entretanto debe frenarse de raíz cualquier intento de avasallamiento por su parte, como ha ocurrido en este caso.

El ciudadano Parrondo tiene el derecho constitucional de pensar libremente sobre la condición sexual de otros ciudadanos/as. El mismo derecho que tenemos los demás para considerar que sus opiniones son miserables. Pero ni uno ni otros podemos convertir nuestros criterios o convicciones en instrumento vejatorio de discriminación, agresión u ofensa.
En todo caso debemos agradecer al hostelero que haya despertado brevemente al león dormido de la sociedad civil, del que confiamos que algún día se dé cuenta de que sigue siendo, siempre ha sido, el rey de esta selva.

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