miércoles, 29 de julio de 2009

"La prostitución es un trabajo tan respetable como cualquier otro" (y las hordas androcéntricas partiéndose de risa y tirando de billetera...).

Uno de los últimos posts de Cicatrices Transgénicas (siempre irónicas y atinadas) pone el dedo en la llaga acerca de ciertos discursos relacionados con la prostitución, cuestión que nos preocupa igualmente y a la que queremos hacer referencia en esta entrada. Y es que el título entrecomillado que la antecede se ha convertido en un tópico de lo políticamente correcto. Con él no se hace referencia a la necesaria legalización de la prostitución, la cobertura social de tal actividad tan frecuentemente sometida a abusos inimaginables. Es claro que nadie con dos dedos de frente puede negarse a que las prostitutas cuenten con todo el amparo sanitario, policial, jurídico, etc., de forma que ninguna mujer se vea obligada por alguien a ejercer, y que existan medios que les permitan desarrollar el trabajo en condiciones mínimamente dignas. La frasecita de marras, sin embargo, encuentra su cabal representación en la última película de Pedro Almodóvar ('Los abrazos rotos'), y en un artículo reciente de Javier Marías. En el caso del cineasta, uno de los lugares comunes que rodea a este artista afortunado es que se trata de un “director de mujeres”, síntoma evidente de los más bien escasos requisitos que se exigen para optar a semejante título. Y es que si las fuentes cinematográficas y literarias de Almodóvar pueden estimarse variadas en aspectos tales como la dirección propiamente dicha, en la creación de personajes femeninos parece existir un único modelo inspirador: la copla española. Es decir, un modelo inmóvil desde hace cincuenta años, conformado por mujeres que, permítasenos la grosera expresión, avanzan en la vida “a golpe de coño”, que no pasan de putas o amantes cuya vida gira obsesiva e inevitablemente en torno a un hombre, siempre envueltas en historias muy “pasionales”, si me dejas me mato o te mato o te mato y me mato. En la película "Los abrazos rotos" tenemos a un par de chicas: la primera de ellas es secretaria de uno de los empresarios más importantes de este país, pero antes ha ejercido de prostituta ocasional y ahora lo hace cuando necesita especialmente dinero; cualquiera que tenga un mínimo trato con el mundo empresarial sabe que esto es de lo más común, vamos… El caso es que la chica lo deja todo por el empresario, para llevar vestidos repletos de oros, y cuando quiere iniciar tímidamente una carrera de actriz, no duda en seguir acostándose con él para que “su nuevo hombre” (¡ole!), un director de cine, acabe la película. En el otro lado tenemos al personaje interpretado por Blanca Portillo, una especie de ayudante o secretaria –de nuevo- totalmente dedicada a la carrera del director, que en un momento dado tiene un hijo con él pero no se lo dice como para no molestar, y que cuando el otro se lía con la actriz, en un arrebato típico de la pasión española (¡olé de nuevo!), se venga. En una película de Almodóvar es imposible que un personaje femenino tenga estudios superiores, sea independiente y actúe sin seguir necesaria e inevitablemente, como por condena divina, los dictados de “su coño”. Los hombres, sin embargo, son brillantes o brutales, pero siempre misteriosos, machotes, buenos amantes y con un punto crueles que los hace irresistibles, al parecer. Eso sí, cómo no, siguen necesaria e inevitablemente los dictados de “su polla”. El artículo de Javier Marías no va mucho más allá de esta sarta de tópicos, si bien aparece disfrazado de defensor de la mujer por aquello de ensalzar la dignidad de la prostitución.
De acuerdo con este criterio resulta perfectamente “respetable” –suele emplearse esa expresión- el hecho de que cualquier mujer decida, en un momento dado, alquilar su cuerpo para que un hombre tenga relaciones sexuales con ella, por aquello de completar el sueldo o acceder a algo concreto a lo que éste no alcanza. El razonable rechazo a todas las imposiciones del pensamiento fascisto-eclesial que convirtieron este país en un yermo intelectual suele provocar estos efectos; antes la iglesia pretendía controlar la sexualidad –bueno, en realidad persisten-, y ahora esa visión “políticamente correcta”, entre bobalicona y buenista, que antes prefiere el todo vale al opino que no, eso sí, siempre que se trate de casa ajena, porque en la propia tenemos las cosas muy claras. Vamos a ver: después de tanto esfuerzo intelectual y profesional de mujeres admirables en la lucha por lograr la igualdad de derechos y oportunidades, se nos quiere convencer de que una chica puede repetabilísimamente optar por sacarse un buen sueldo acostándose con señores con posibles. Cada vez que una de esas supuestas actrices de los famosos y legendarios books se pasa por la cama del encantador empresario del ladrillo, debemos “respetarla” y “aplaudirla” del mismo modo que a la actriz que tiene que trabajar diez horas en algo que no le gusta y pasar de casting en casting con una fe infatigable en su vocación; o, en general, del mismo modo que a la universitaria que madruga a las cinco de la mañana para estudiar y obtener los mejores resultados con el fin de aspirar a una beca que le permita desarrollar un trabajo intelectual en un campo concreto de la ciencia; o la trabjadora manual que lleva a cabo el mismo trbajo que sus compañeros, pero cobrando menos; o la profesional liberal, por ejemplo en nuestro campo, que pone contra las cuerdas al mismo empresario ladrillero en un juicio, defendiendo a sus trabajadores, al interés público medioambiental o al propietario al que han tangado una parcela. Según ese criterio buenrollista, igualmente respetable es el trabajo de esa letrada al que hacemos referencia que el de una compañera que, en vista de lo complicado que resulta abrirse camino en el mundo laboral, opte por solicitar su inclusión en el book. Pensamos que en toda sociedad debe existir una axiología compartida, seguramente inspirada en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, por supuesto laica, y revisora permamente de las tradiciones, de forma que las someta a juicio sin reparos, pero que tampoco los tenga en aceptar de ellas lo que convenga al bien común. Y una de las cosas que en nuestra opinión benefician ese bien común es el rechazo a esa equiparación de modos y actitudes a que hemos hecho referencia. Javier Marías sostiene que a fin de cuentas todos “alquilamos” algo cuando trabajamos. Pero seguramente en el mundo en que vivimos no haya nada que a los ojos del arrendador resulte tan expresivo de las diferentes “categorías” entre unos y otros como el intercambio sexual. Tal vez en una sociedad futura y mejor, donde el patriarcado se quedase en un recuerdo, mujeres y hombres fuésemos por completo iguales en todos los ámbitos, y el sexo estuviese despojado de las connotaciones que aún lo condicionan, sería posible que cualquiera de nosotros optase por ese alquiler corporal a cambio de un precio con la misma asepsia con que contratamos o somos contratados para cualquier otra tarea. Pero en el mundo en que vivimos, no es así. Cada vez que se suelta la frasecita “la prostitución es un trabajo tan respetable como cualquier otro” o se nos presenta –como en la película de Almodóvar- tan común y corriente que una profesional de cierto nivel en cualquier momento pueda optar por prostituirse para ganar unas perrillas, los puteros adinerados se parten de risa. Una de las cosas que nos sorprendieron cuando comenzamos a vivir y trabajar en el "levante español" es la costumbre –corroborada por varios testimonios fiables- de que las reuniones empresariales –siempre entre hombres, por supuesto, ellas nunca están en las mesas donde se decide la cosa- culminen con una buena comilona de arroz con conejo y caracoles, vino abundante, copas y licores, y la visita fraternal a un “puti” de lujo. Pues bien, en la medida en que insistamos en la idea de que la abogada –por seguir con el ejemplo- que a las diez de la mañana les proporcionaba un dictamen técnico podría estar esa misma tarde abierta de piernas en el camastro hortera del club de postín, y que todo ello es “perfectamente respetable”, nos prguntamos cómo podremos seguir defendiendo la igualdad salarial, y de acceso al poder, la conciliación familiar, etc. Los derechos de la mujer como igual. En definitiva, nos vamos a permitir dar un consejo a la adolescente lectora que probablemente no tenemos: estudia, trabaja, conviértete en una profesional brillante, disfruta del sexo todo lo que te apetezca –acuéstate con quien quieras, enamórate o no lo hagas, diviértete y sé feliz-, pero nunca permitas que durante media hora o una hora te conviertan en hueco carnoso a cambio de precio, nada, a sus ojos, te minusvalorará tanto, te lo aseguramos; no creas a quien te dice que cuando echas doce horas frente a un ordenador, inundada por papeles, “te cosificas” igualmente. No es lo mismo, no para ellos. No les hagas el juego.
Hace no mucho César Vidal, ese defensor de libertades, decía en su prédica nocturna de la COPE que por culpa de Zapatero (o sea, de la crisis financiera mundial a la que nos han abocado los bancos y el sistema capitalista descontrolado…aunque el decía simplemente “Zapatero”, no sabemos si será una manera de resumirlo…) muchas chicas “normales” están optando por ejercer de prostitutas (entre ellas una profesora conocida suya), línea que para las mujeres parece muy natural cruzar, según esto, como si estuviese en su esencia –no se oyen tantas noticias sobre tíos en el paro que se hagan prostitutos, qué curioso-. Como vemos, este argumento parte de la misma “naturalidad” y “respetabilidad” existente entre la profesión de prostituta y profesora, de forma que sólo la necesidad de dinero explicaría una y otra. Vamos, que las mujeres con una notable formación intelectual sólo ejercen la profesión para la que han estudiado si van bien la Bolsa o el PIB, y si no, putas. En definitiva, se nos está vendiendo como una opción "natural" para el sexo femenino (no así para el masculino, insisto), y esa es la trampa de la supuesta "respetabilidad". La solución que proponemos no pasa, por supuesto, por demonizar a las prostitutas; sino, como siempre, por educar en igualdad y acabar con el patriarcado. Entretanto, que los puteros recojan la billetera, se traguen su risa, se encierren en el baño y recurran a su imaginación.

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