lunes, 20 de julio de 2009

Las recientes agresiones sexuales y la culpabilización de las víctimas por los ideólogos de la derecha.

Estupefactos asistimos al tratamiento que por parte de la prensa "seria" -habría mucho que deslindar dentro de los medios de comunicación teóricamente enmarcados en esa etiqueta- se está dando a las terribles noticias sobre las violaciones colectivas de la semana pasada. Como suele ocurrir en estos casos, y repitiendo la expresión tópica a la que siempre se recurre, "se ha abierto un debate". Debate que comienza, cómo no, por las medidas punitivas: es necesaria, dicen, una reforma de la ley del menor. Lo dice el Partido Popular, que en desgracias semejantes no pierde ocasión de blandir la antorcha de la venganza, sabedor de que parte del pueblo los seguirá con piedras y palos. Desde luego que nadie puede dar lecciones a los autores de este blog de sensibilidad y dolor por cualquier clase de agresión contra las mujeres, y especialmente si tales lecciones provienen de quienes con sus ideas han convertido, a lo largo de la historia, a uno de los sexos en ciudadanas de segunda. Pero lo cierto es que las voces más autorizadas del Derecho Penal -las voces de la ciencia, no de la sumisión administrativa a los partidos políticos de uno u otro signo- nos explican el efecto contraproducente que puede tener la medida represiva, sin más, en los supuestos de violencia sexual. Por comentarlo en términos llanos, digamos que el riesgo para el agresor que supone una condena grave puede impulsarlo a completar su acción con un asesinato y posterior desaparición del cadáver. Así de simple. ¿Quiere esto decir que deben aplicarse penas "blandas" para los causantes de, sin duda, los crímenes que más ofenden a nuestra mente racional? En absoluto, todo lo contrario, penas ajustadas a su actuación con todos los rigores que la ley recoja. Se trata únicamente de que concienciarnos de que "la solución" en estos casos no consiste simplemente en coger la antorcha. Y, sobre todo, que de nada sirven las medidas punitivas si no se entiende y se ataca el origen de la violencia.
Y aquí es donde nos adentramos en el fondo más espeluznante de este problema. El segundo debate que se "ha abierto" es sobre los valores de la juventud. Leamos algunas perlas del diario ABC:
-Esta es la raíz del problema de acuerdo con el director de ABC Sevilla, en su artículo de veinte de julio: la "política educativa sectaria e ideologizada que cercena la libertad de los padres de elegir la educación que desean para sus hijos. La nueva consejera de Educación, Mar Moreno, se ha cargado en lo que lleva de mandato los conciertos con los colegios no mixtos por una cuestión ideológica, sin contar con los afectados y haciendo gala de un despotismo que no cuadra con la oferta de consenso del presidente". Acabáramos. La segregación entre sexos, niños por un lado, niñas por otro, es la clave del asunto. La educación franquista, vamos. Con independencia de que se trata de un debate pedagógico completamente superado, salvo en los reductos ultracatólicos, esta medida no deja de resultar ridícula en los tiempos que corren: en primer lugar, porque se trata de poner puertas al mar durante un reducido horario escolar; pero lo más importante es que la segregación no sólo resulta discriminatoria desde el punto de vista jurídico, sino que contribuye sobremanera a la desigualdad, a la contemplación del otro sexo como extraño desde sus mismos fundamentos educativos. Del machismo, por cierto, no aparece una palabra en este artículo.
-Juan Manuel de Prada, con su prosa pegajosa habitual -leerlo es como masticar un caramelo de toffe- escribe el 18 de julio, con motivo de la primera violación, un artículo titulado "bestias babeantes de flujos" (!!) en el que comenta lo siguiente: "Esa niña violada mancomunadamente ha crecido -como los niños que la han violado- en un clima moral que banaliza los afectos e incita -también desde la propia escuela- a «vivir en plenitud la libertad sexual». Un clima moral que, desde instancias de poder, promueve la ruptura de los vínculos humanos y combate denodadamente la noción de autoridad familiar (...) En un clima moral donde la sexualidad es tratada como cosa inocente, concediéndosele una igualdad con experiencias elementales como el comer o el dormir; donde se exhorta a una festiva promiscuidad; donde niños y adolescentes son educados en la satisfacción primaria del deseo, liberado de tabúes e inhibiciones; donde se preconiza que todo afecto y emoción admite una traducción en «conducta sexual»... es natural que surjan caracteres deformados como el de esos muchachos monstruosos de Baena" Aquí la derecha la se despendola sin tapujo alguno: la culpa es de la llamada "libertad sexual". Como vemos, se equipara en cuanto a sus perniciosos efectos a los violadores y a la violada. No repara tan fino analista en el hecho de que son seis o siete los chicos que violan a una chica, no repara en que no conocemos noticias de seis o siete niñas que desnuden a otro menor de su edad y abusen de él. Si las "tormentas de hormonas" de las que habla en su artículo afectan por igual a hombres y mujeres, ¿cómo es que estas últimas no buscan su propio placer por medio de la coerción sobre otros seres humanos? La educación en igualdad es algo que ni se contempla, por supuesto. La clave es la vida de castidad cristiana (risa amarga nos provoca pensar cómo se ejercía por el sexo masculino esa "castidad" en tiempos pasados), porque en el momento en que una mujer decide tener relaciones sexuales, puede ser "natural" que "monstruos" semejantes la violen. No hace falta ser muy suspicaces para entender que en este texto se culpabiliza en mayor medida a las niñas como provocadoras o detonantes de una desgracia "natural" y, por tanto, incontrolable. Con todo, la ausencia más flagrante del artículo es la referencia a la propia violencia: tal pareciera que nos encontrásemos ante supuestos en que una mujer, tras mantener numerosas relaciones sexuales, hubiese contraído una enfermedad contagiosa. Nada tiene que ver la supuesta exhortación a la "festiva promiscuidad" de la que habla Juan Manuel de Prada con la coacción física, y el paso de una a otra es, ni más ni menos, cuestión de desigualdad entre sexos, consideración de la mujer como "objeto" de placer, por supuesto inferior a los hombres (ese infame colegueo que lleva al chico de Baena a compartir "su chica" con otros cinco amigos). Pero un mínimo rigor, inteligencia y humanidad en el análisis sería demasiado pedir para un autor que prostituye cualquier tema en favor de su prosa rimbombante. El autor de Coños, librito en el que daba lírica cuenta -con la excusa literaria del homenaje a Ramón Gomez de la Serna- de "El coño de las desconocidas", "El coño de las vírgenes", "El coño de la tenista", "El coño de las niñas", «El coño de las viudas», «El coño de las putas» y «Coños en la morgue», etc., ahora se ha convertido en adalid del catolicismo cañí, donde ha encontrado buen acomodo despues de llamar a las puertas de la línea anglosajona -Javier Marías- y ser rechazado. En fin, ahí está como personaje pintoresco de las letras españolas, triunfando entre los lectores varones, conservadores y radicalizados de más de sesenta años, y guardando en un armario el cuadro impoluto de un escritor que un día quiso ser joven.
-La tercera de las perlas es quizá la más cándida pero también la más elocuente. Escribe Laura Campmany el mismo 18 de julio: "A poco que a este caso le levantes los flecos, se vislumbra una culpa colectiva. La de cada vez más adolescentes que creen poder tomar lo que desean aunque lo que deseen sea un ser humano. La de niñas que pagan con una pesadilla el miedo a lo precoz de sus hazañas. La de padres que olvidan su deber o derecho a imponer unas normas a sus hijos que nos y les protejan. La de una sociedad desvertebrada, superficial, inerme, descreída, ignorante, banal, idiotizada. Nadie aquí se merece lo ocurrido, pero han faltado muchas bofetadas." Cuesta creer que, dadas las circunstancias, alguien haya podido reprochar a las víctimas "lo precoz de sus hazañas". La propia palabra hazañas equivale a un dedo acusador que como poco resulta inmoral para quien tanta moral predica. Fijémonos igualmente en que cuando habla de los que toman lo que desean, aunque sea un ser humano, utiliza la expresión "cada vez más adolescentes", no se atreve la buena señora a hablar de niños, hombres, varones, no vayan a tildarla de feminista, tras tantos años de servicio. Pero si algo nos produce repulsa es la frase "nadie aquí se merece lo ocurrido".
Esta reflexión merece un punto y aparte para hablar de las dos varas de medir que utiliza la derecha: hay crímenes, como los de ETA, en los que no cabe hacer la más mínima mención a entender al otro, dialogar, analizar la situación en conjunto, las posibles culpas colectivas, etc. Vamos, cualquier alusión a ese respecto provoca artículos encendidos, venas hinchadas en las tertulias y manifestaciones que no bajan de "un millón de personas según los organizadores". Pero en lo que atañe a la violencia de género, problema infinitamente más grave que el del terrorismo, le pese a quien le pese, empezando por el punto de vista estrictamente estadístico (no sólo en cuanto a los asesinatos, sino también en lo que se refiere a las decenas de miles de medidas activas -alejamientos, pulseras GPS, etc.- que se adoptan cada año, y que se traducen en otras tantas víctimas), las culpas son inequívocamente colectivas. Aquí sí que hace falta reflexionar sobre aspectos educativos, comprender al agresor, examinar la conducta de las agredidas, etc.
Frente a tanta infamia, no es de sorprender que el electorado progresista se encuentre desmotivado en ocasiones. No encontramos en el debate público voces intelectualmente fuertes que respondan a tales sinsentidos. La izquierda, en el poder o fuera de él, se esfuerza tanto en mostrar su perfil "institucional" que poco a poco va perdiendo terreno en el ámbito de la transmisión pública de ideas. En Cuarto Propio juristas consideramos que un responsable del Ministerio de Igualdad debería acudir a cada entierro, o a apoyar a las familias en casos como los lamentables de estos días, para manifestar con su presencia cuál es la raíz del problema, por mucho que incomodase. La brecha tan grande que existe entre el activismo y la lucha ciudadana en al ámbito individual, asociativo, o en la web, y la representación en la vida política de esas mismas ideas no puede seguir creciendo. No jugamos demasiado.

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