viernes, 31 de julio de 2009

Violencia de género: la forma de terrorismo de mayor gravedad en nuestro país. Reflexiones sobre un informe de AI.

Amnistía Internacional acaba de presentar el informe "España: Una vida sin violencia para mujeres y niñas", cuya lectura debería ser obligada para todos los responsables políticos, periodistas y opinadores (es decir, el 99% de la población española). En él se pone de manifiesto el alcance real de la violencia de género en nuestro país, que la configura como el mayor de nuestros problemas sociales y jurídicos. De entre las numerosas carencias que señala, una de las más básicas es la de una metodología adecuada en la producción y difusión de datos sobre el impacto de las diferentes formas de violencia contra las mujeres; empezamos, pues, por la dificultad de conocer de veras la magnitud del asunto, aunque la mera información de que se dispone nos habla de una forma de terrorismo que no sólo en el número de víctimas anuales, sino en los miles de procesos judiciales, medidas de protección activa ya acordadas, denuncias en su fase inicial de tramitación, etc., supera con mucho a cualquier otra actividad delictiva. Y ello sin tener en cuenta la, por desgracia, infinidad de situaciones que se viven en silencio, desde los micromachismos a las esporádicas y siempre intolerables agresiones físicas o psicológicas que se sufren a diario y no llegan al juzgado o la comisaría. En estos días de fuerte conmoción por los atentados de ETA no podemos estar más de acuerdo con un artículo del diario "Público" titulado "Hoy toca examen de indignación" en el que se reflexiona acerca de la presión que desde determinados medios de prensa se ejerce ante este tipo de sucesos, sometiendo a un examen al pensamiento progresista por ver si de sus palabras pudiese deducirse alguna fisura, alguna debilidad frente al terrorismo de ETA, un atisbo de mención al diálogo, etc. Al mismo tiempo llueven los comentarios encendidos que reprochan antiguos procesos negociadores como causas directas de estas muertes, y se exige, en definitiva, que todo el mundo exprese puntillosamente el mismo grado de indignación que aquellos que han hecho de este problema el único, el prioritario y el importante de nuestra sociedad democrática (pasados unos días, eso sí, será sustituido por la imprescindible 'reforma laboral' y las dificultades de financiación de las empresas). Es sorprendente cómo en lo que se refiere al efecto propagandístico, determinados medios y grupos patrióticos parece inverosímilmente aliados de la propia ETA; curiosos compañeros de viaje.
De ahí que resulte especialmente aconsejable la lectura de este informe de Amnistía Internacional para recordarnos que, junto con el innegable problema del terrorismo etarra, existe otro cuyos efectos son mucho más graves (y discúlpenos la caverna mediática semejante irreverencia): el de las diferentes formas de violencia contra las mujeres. Hasta tal extremo que en el punto quince de su apartado final de recomendaciones se propone "Impulsar legislación y otras medidas que aborden el derecho de las víctimas de violencia de género, y en su caso a sus familiares, a una reparación justa y oportuna que comprenda indemnización, restitución, rehabilitación, satisfacción y garantías de no repetición. Dicha ley debe tomar como referencia los derechos previstos a las víctimas de actos de terrorismo por la Ley 32/1999, así como desarrollar las obligaciones a cargo del Estado".
No queremos imaginar la reacción que provocaría en esos medios y personas a que hacemos referencia la adopción del tal medida de justicia por parte del gobierno español. Se calificaría de aberración, por cuanto la violencia de género nada tendría en común con la otra, al no venir causada por un grupo organizado con un soporte ideológico. Criterio previsible en quienes no entienden o quieren entender este fenómeno como la manifestación más explícita de un sistema de pensamiento y ordenación social configurado a lo largo de siglos: el machismo, el patriarcado, el androcentrismo o como lo queramos calificar. Así visto, resulta irrelevante el hecho de que los agresores no se conozcan entre sí u obedezcan órdenes de un centro de mando común; por el contrario, ninguna otra forma de violencia se manifiesta tan persistente, articulada en rasgos comunes y generalizada como la de género. Defender lo contrario, al fin y al cabo, es defender el sistema de poder que la sustenta. Poderosas razones tendrán algunos.

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